Quo vadis, PP? Una breve radiografía de la noción de centro político
Iván Atienza - 20 de agosto, 2020
«La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del Partido Popular no es más que la punta del iceberg de un problema mucho más profundo, mucho más amplio, si cabe, que es el de la propia razón de ser del Partido Popular como la principal fuerza política de la derecha española»
No sorprendo a nadie al afirmar que el PP se está enfrentando a uno de los momentos más delicados de la historia del partido. La mayor parte de los opinólogos y todólogos profesionales se enzarzan, en mi opinión, en nimiedades. La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del Partido Popular no es más que la punta del iceberg de un problema mucho más profundo, mucho más amplio, si cabe, que es el de la propia razón de ser del Partido Popular como la principal fuerza política de la derecha española. La labor del crítico es la de separar la paja del grano, la de distinguir entre el prestidigitador y sus sombras, la de servirle de lazarillo al prisionero para que este consiga por sí solo escapar de la caverna.
Por este mismo motivo, es importante señalar una obviedad: por muchas afecciones que pueda despertar la figura de Cayetana entre muchos cuadros de la militancia del PP e incluso entre sus propios votantes, su cese es totalmente merecido y oportuno. En efecto, se ha vestido de libertad lo que es un claro caso de indisciplina profesional. Recordemos que esta señora había sido contratada, y cobraba por ello, para transmitir las opiniones y decisiones de la ejecutiva de una determinada formación política, en este caso el PP, no las suyas propias. Por mucho que valoremos su arrojo y otros muchos incluso sus posiciones intelectuales, más o menos discutibles dependiendo de a quién se pregunte, hemos de entender la posición que toman ambas partes de esta relación, una relación que en verdad no difiere tanto (si acaso difiere en algo) de una relación contractual en el seno de una empresa cualquiera. Un partido político debe dar cabida a la más amplia gama de opiniones posible, cosa que no siempre es fácil, ya que muchas veces estas lastran los propios intereses de quienes ostentan el mando, pero lo que es obvio que no puede permitir, al igual que tampoco puede hacerlo cualquier organización, asociación o entidad, es que uno de sus cargos actúe de forma unilateral y con un desprecio manifiesto por las decisiones conjuntas de aquellos que la han contratado precisamente para comunicarlas. Por mi parte, entiendo que gran parte de las críticas que se han vertido a raíz de su destitución no presuponen una defensa de su persona sino de sus ideas, de su proyecto, de aquello que ella decía representar. En tal caso, puedo entenderlas, las respeto y las comparto, con bastantes matices. No obstante, sus actitudes las encuentro injustificables. ¿Alguien se imagina a un alto cargo del banco Santander en un congreso empresarial alabando a la competencia e instando a sus propios accionistas a invertir su capital en el BBVA? ¿Verdad que no? Muchos podrán aducir que la mentalidad que debe imperar en política es otra, mucho más apegada a los principios y menos al calor del dinero, pero este tipo de críticas no son más que un intento naive de intentar salvar lo insalvable: donde hay un contrato, rigen ciertos términos. Si ambas partes aceptan dichos términos, ambas partes se comprometen a actuar conforme a dichos términos. Si una de las partes los incumple, como es obvio, se rompe la relación contractual. Cayetana Álvarez de Toledo debió haber reflexionado antes de aceptar el puesto sobre cuáles eran sus obligaciones y si ella estaba en disposición de cumplirlas. Sinceramente, al contrario de lo que pueda parecer, empatizo mucho con ella en este sentido. Sin embargo, si en mi caso no me hubiera visto capaz de cumplir dichas condiciones simplemente no habría aceptado. Uno debe ser consciente de hasta qué punto está dispuesto a transigir y de qué manera. La disciplina con la palabra dada es sagrada. Incumplirla no es un acto de libertad, por mucho que se intente de vestir como tal. Pablo Casado aquí tiene razón.
No obstante, creo que acabo de introducir la clave de por qué en este asunto se están entremezclando y confundiendo los términos, hasta tal punto de que la figura de Cayetana se está concibiendo como indisociable de una cierta idea de regeneracionismo no solo dentro del PP, sino en general dentro de toda la política española. No es extraño. En estos momentos asistimos a la “era de los caudillos”: la política en España se ha convertido en un asunto de simpatías y lealtades, para la razón poco sitio hay ya. Muestra de este caudillaje férreo son todos los grandes partidos, desde Podemos hasta VOX, con tal vez una ligera excepción que no ha pasado inadvertida para nadie: el PP. Por razones puramente coyunturales y algunas estructurales, Pablo Casado no ha conseguido ejercer un dominio total sobre el aparato del partido y sobre lo que tradicionalmente han venido a llamarse “baronías territoriales”. Las elecciones andaluzas arrojaron contra todo pronóstico un vencedor inesperado, un antiguo fiel al marianismo cuya cabeza ya se exigía desde la entrada de la nueva ejecutiva: Juan Manuel Moreno Bonilla. A pesar de que su lealtad pueda o no estar con el actual presidente del Partido Popular, cosa que a efectos de lo que estoy exponiendo es irrelevante, su victoria ya le marcó a Casado el primer contrapeso y la primera dificultad reseñable para ostentar un poder semejante al que ejerce por ejemplo Pedro Sánchez en el PSOE. No obstante, los problemas de Casado no acabaron aquí. Desde Galicia planea la sombra de un político con un peso mayúsculo dentro del PP. Tal es su importancia que Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal tuvieron que esperar a que este diera un paso al lado antes de lanzarse ellas a la carrera por la presidencia del partido: Alberto Núñez Feijoo. Desde hace bastante tiempo el político gallego viene marcando un perfil propio bastante acusado, perfil que se ha visto reforzado por su cuarta mayoría absoluta en las pasadas elecciones gallegas. Es decir, a Casado le ha aparecido un segundo contrapeso a su liderazgo, un contrapeso que no parece contentarse con mantener una posición secundaria, sino que está dispuesto a utilizar su notoriedad y poder para influir en el rumbo del Partido Popular. De esta forma, Casado se ha visto obligado a ejercer otra forma de liderazgo, un liderazgo que podríamos calificar de “liderazgo compartido”. Al igual que los antiguos reyes visigodos, Casado se ha visto condenado a ocupar una posición en el partido de primus inter pares, esto es, un primero entre iguales. De hecho, Casado ha colaborado intencionalmente en este reparto de las cuotas de poder nombrando a gente de carácter fuertemente independiente como Cayetana en su día. Hasta ahora parece no haberle disgustado del todo este modelo pactista, pues él mismo lo ha favorecido y lo ha auspiciado. ¿Debemos preocuparnos por los últimos movimientos “centralizadores” de Casado? En mi opinión no. La razón es muy simple: el sistema de contrapesos sigue intacto y él lo sabe. De esta forma, haber despedido a Cayetana encaja más dentro de un intento por su parte de homogeneizar y concentrar el mensaje de cara a unas hipotéticas elecciones y a una cierta estrategia de viraje al centro, estrategia que pasamos ahora a comentar brevemente.
El concepto de centro político es sumamente complicado de caracterizar, por no decir imposible, salvo que se haga desde dos coordenadas a priori totalmente distintas: por medio de coordenadas geométricas o por contra utilizando coordenadas de tipo funcional. De hecho, mi tesis es bastante clara, y la voy a desarrollar en las líneas siguientes: Cayetana es en estos momentos la máxima exponente del centro político en España visto este desde un punto de vista funcional, mientras que Casado solo lo concibe desde coordenadas geométricas, las mismas que utiliza Ciudadanos. Por esta razón, independientemente de los resultados electorales que coseche el PP con esta estrategia, creo firmemente que Casado se equivoca. De hecho, esta equivocación puede sumir al PP en un proceso de descapitalización como el que ha devorado recientemente a Ciudadanos. El centro concebido desde un punto de vista estrictamente geométrico es muy fácil de caracterizar. En los países de raigambre católica, Francia, España e Italia, surgieron a principios del siglo XIX dos conceptos que vendrían a marcar las categorías políticas de ahí en adelante y hasta nuestros días: la derecha y la izquierda política. Muchos creen que se tratan de conceptos absurdos e imprecisos que merecen ser de alguna forma superados. De esta forma, surgieron en el siglo XX múltiples movimientos políticos conocidos como “movimientos de tercera vía” que intentaron dar al traste con la clásica distinción presentada más arriba. Desde el autoritarismo, el fascismo, reacio a identificarse con cualesquiera de dichas categorías, abogaba por la superación de las derechas y las izquierdas, lo que para ellos se traduciría en una superación de la conciencia política en términos de clases en favor de una conciencia política nacional identitaria, cimentada sobre bases imperialistas y en ciertas ocasiones, como es el caso alemán, raciales. Desde la democracia, nos encontramos con partidos usualmente caracterizados como socialdemócratas o socioliberales, como por ejemplo el SPD bajo el mando de Gerhard Schröder o los Labour de Tony Blair. De todas formas, el proceso en ambos casos se puede describir como geométrico. El centro quedaría concebido como el punto medio entre dos polos, polos que pueden mudar sus posiciones, condenando así al centro a bascular hacia uno u otro lado conforme estos cambian y se reinventan. De esta forma, el centro político no es más que un concepto de segundo orden (en sentido lógico), pues para su caracterización es necesaria la previa caracterización de los dos polos de la relación. Además, este centro político tiene sus propias ventajas, ventajas resumidas por un famoso teorema de Public Choice llamado teorema del votante mediano. Este teorema nos viene a asegurar que bajo ciertas condiciones que deben caracterizar las preferencias de los votantes (lineales y unimodales), condiciones que no se cumplen nunca, en un sistema de elección basado en la votación mayoritaria recibirá más votos aquel que se aproxime más al centro político entendido al modo geométrico. Este teorema da una base matemática a la famosa intuición de que las elecciones suelen ganarse siempre por el centro, cosa que por supuesto no es siempre cierto, pues las hipótesis de unimodalidad y linealidad son muy restrictivas. En todo caso, queda bastante claro que este centro político constituye la mejor alternativa para aquel que quiera ganar las elecciones y gobernar, sin embargo, no debemos olvidarnos de que entraña dos peligros que conviene tener en cuenta. El primero es simple: si uno de los polos se mueve en dirección al centro (hacia el otro polo) y el otro polo se mantiene en su posición, se producirá una desplazamiento del centro político hacia el polo que permanece inmóvil. Si Casado pone en marcha esta estrategia, por mucho que los beneficios electorales puedan (o no) compensar a corto plazo el sacrificio cometido, a largo plazo el centro estará más y más volcado hacia la izquierda. En resumen, por una estrategia puramente electoral corremos el riesgo de sufrir lo que advirtió con acierto Cayetana en su despedida: renunciaremos a la guerra cultural, y de esta forma, a defender los valores que caracterizan a la derecha política. Poco a poco la derecha se desintegrará bajo una hegemonía cultural típicamente izquierdista. Como decía Gustavo Bueno, corremos el riesgo de ver una derecha totalmente diluida en la izquierda. Si Pablo Casado es un líder con amplitud de miras, debería valorar este hecho. Por otra parte, hay otro problema que no debemos nunca perder de vista. Debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿es deseable el centro político en términos de estabilidad y paz social? Al contrario de lo que pueda parecer, pues el centro político siempre ha sido asociado a posturas moderadas y sensatas, como advierte Julien Freund en “Socialismo, liberalismo, comunismo” (p.103)
La política es una cuestión de decisión y eventualmente de compromiso. Lo que se llama centrismo es una manera de anular, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no solo al enemigo interior, sino a las opiniones divergentes. Desde este punto de vista, el centrismo es históricamente el agente latente que, con frecuencia, favorece la génesis y la formación de conflictos que pueden degenerar en enfrentamientos violentos.
Muchos os podréis asombrar ante esta paradoja. ¿Cómo va a ser el centrismo, es decir, la moderación, la cuna de conflictos y enfrentamientos? La clave la he dado más arriba. Es la misma conclusión a la que llegó Cánovas del Castillo a la hora de diseñar el régimen de la Restauración y la misma que expresa Chantal Mouffe en “La paradoja democrática” (pg. 129). El centrismo, según él, “socava la creación de identidades colectivas en torno a posturas claramente diferenciadas, así como la posibilidad de elegir entre verdaderas alternativas”. Por lo general, se ha visto en el centrismo una postura de compromiso que es capaz de meter en vereda a la polarización y a la crispación de una sociedad política, no obstante, ¿esto es así de verdad? El pluralismo agonista niega tajantemente esta conclusión. Según esta teoría política, solo es dentro del conflicto político (bien entendido) y dentro del claro antagonismo donde realmente pueden encontrarse soluciones de consenso. Solo dentro de este dualismo podemos encauzar convenientemente los distintos intereses del votante. La política de esta forma deviene en una especie de dialéctica, donde la superación (el Aufhebung en sentido hegeliano) de la contradicción es la tónica y el motor mismo del sistema. De hecho, el caso español verifica esta tesis. Las dos épocas caracterizadas por una mayor paz social de nuestra historia reciente son la Restauración Canovista, en especial sus primeras décadas, y la época del bipartidismo ya en democracia, sin contar con el terrorismo etarra. El ciudadano necesita de esa clara diferenciación entre alternativas contrapuestas, no vale esconderlo todo dentro de una fórmula vaga de compromiso. El marco referencial de la izquierda y la derecha no solo no debe ser superado, sino que debe ser intensificado (por supuesto, siempre que ese dualismo no derive en bloquismo o frentismo, como es lo que sucede en España). De hecho, es en este punto donde entra en liza la segunda concepción de centro político: el centro político funcional, el que en mi opinión representa Cayetana Álvarez de Toledo. Aceptando y no renegando de la clásica distinción presentada más arriba, y lo que es más importante, no negando la autonomía del proyecto de la derecha política, ha reivindicado un centrismo político caracterizado por el entendimiento y la colaboración entre ambos polos en liza. No es un cuestión de acercarse al centro político como quien trata de posicionarse en la mitad de un camino, es una cuestión de construir unidad dentro de la diferencia, de construir consenso dentro de la discrepancia, de aceptar la diferencia como parte consustancial del juego y el progreso político. Ni la izquierda ni la derecha tienen la necesidad de dejar de ser ellas mismas. Adolfo Suárez, paradigma del centrismo en España, era un hombre de profundas convicciones derechistas, así como UCD, partido integrado en su vasta mayoría por antiguos cuadros reformistas y aperturistas del régimen. La UCD construyó un centro político desde la derecha y desde su propia concepción del juego democrático, que no es otra que la clásica concepción de las democracias liberales parlamentarias. La comunicación con los distintos sectores de la izquierda, incluso con el PCE, vetado por muchos generales del ejército bajo amenaza de insurrección en caso de permitírsele entrar en el juego democrático, y de la derecha, en especial con el búnker, reacio a desviarse de los principios del Movimiento Nacional y de la dictadura amparada por Franco para después de su muerte, hizo de Suárez el perfecto representante del centro funcional en España. No era una cuestión de medir milimétricamente la distancia que mediaba entre el PCE y Fuerza Nueva y posicionarse en el centro, sino que el asunto versaba sobre construir centro desde tus propios principios, albergar posturas moderadas y abiertas al diálogo desde la derecha democrática, que es lo que representaba Suárez en términos políticos. Ese es el centro que en mi opinión defiende Cayetana. Casado cometería un error a mi juicio si no la escuchara y siguiera adelante con sus planes. El centro no consiste en gozar de la simpatía popular o de crear o no rechazo entre ciertos sectores de la clase política, tampoco es un viaje al país de Nunca Jamás Nada Más, no es el triunfo de la razón cínica sobre la razón política. El PP necesita reinventarse, no degollarse. Es ahora o nunca.
Por este mismo motivo, es importante señalar una obviedad: por muchas afecciones que pueda despertar la figura de Cayetana entre muchos cuadros de la militancia del PP e incluso entre sus propios votantes, su cese es totalmente merecido y oportuno. En efecto, se ha vestido de libertad lo que es un claro caso de indisciplina profesional. Recordemos que esta señora había sido contratada, y cobraba por ello, para transmitir las opiniones y decisiones de la ejecutiva de una determinada formación política, en este caso el PP, no las suyas propias. Por mucho que valoremos su arrojo y otros muchos incluso sus posiciones intelectuales, más o menos discutibles dependiendo de a quién se pregunte, hemos de entender la posición que toman ambas partes de esta relación, una relación que en verdad no difiere tanto (si acaso difiere en algo) de una relación contractual en el seno de una empresa cualquiera. Un partido político debe dar cabida a la más amplia gama de opiniones posible, cosa que no siempre es fácil, ya que muchas veces estas lastran los propios intereses de quienes ostentan el mando, pero lo que es obvio que no puede permitir, al igual que tampoco puede hacerlo cualquier organización, asociación o entidad, es que uno de sus cargos actúe de forma unilateral y con un desprecio manifiesto por las decisiones conjuntas de aquellos que la han contratado precisamente para comunicarlas. Por mi parte, entiendo que gran parte de las críticas que se han vertido a raíz de su destitución no presuponen una defensa de su persona sino de sus ideas, de su proyecto, de aquello que ella decía representar. En tal caso, puedo entenderlas, las respeto y las comparto, con bastantes matices. No obstante, sus actitudes las encuentro injustificables. ¿Alguien se imagina a un alto cargo del banco Santander en un congreso empresarial alabando a la competencia e instando a sus propios accionistas a invertir su capital en el BBVA? ¿Verdad que no? Muchos podrán aducir que la mentalidad que debe imperar en política es otra, mucho más apegada a los principios y menos al calor del dinero, pero este tipo de críticas no son más que un intento naive de intentar salvar lo insalvable: donde hay un contrato, rigen ciertos términos. Si ambas partes aceptan dichos términos, ambas partes se comprometen a actuar conforme a dichos términos. Si una de las partes los incumple, como es obvio, se rompe la relación contractual. Cayetana Álvarez de Toledo debió haber reflexionado antes de aceptar el puesto sobre cuáles eran sus obligaciones y si ella estaba en disposición de cumplirlas. Sinceramente, al contrario de lo que pueda parecer, empatizo mucho con ella en este sentido. Sin embargo, si en mi caso no me hubiera visto capaz de cumplir dichas condiciones simplemente no habría aceptado. Uno debe ser consciente de hasta qué punto está dispuesto a transigir y de qué manera. La disciplina con la palabra dada es sagrada. Incumplirla no es un acto de libertad, por mucho que se intente de vestir como tal. Pablo Casado aquí tiene razón.
No obstante, creo que acabo de introducir la clave de por qué en este asunto se están entremezclando y confundiendo los términos, hasta tal punto de que la figura de Cayetana se está concibiendo como indisociable de una cierta idea de regeneracionismo no solo dentro del PP, sino en general dentro de toda la política española. No es extraño. En estos momentos asistimos a la “era de los caudillos”: la política en España se ha convertido en un asunto de simpatías y lealtades, para la razón poco sitio hay ya. Muestra de este caudillaje férreo son todos los grandes partidos, desde Podemos hasta VOX, con tal vez una ligera excepción que no ha pasado inadvertida para nadie: el PP. Por razones puramente coyunturales y algunas estructurales, Pablo Casado no ha conseguido ejercer un dominio total sobre el aparato del partido y sobre lo que tradicionalmente han venido a llamarse “baronías territoriales”. Las elecciones andaluzas arrojaron contra todo pronóstico un vencedor inesperado, un antiguo fiel al marianismo cuya cabeza ya se exigía desde la entrada de la nueva ejecutiva: Juan Manuel Moreno Bonilla. A pesar de que su lealtad pueda o no estar con el actual presidente del Partido Popular, cosa que a efectos de lo que estoy exponiendo es irrelevante, su victoria ya le marcó a Casado el primer contrapeso y la primera dificultad reseñable para ostentar un poder semejante al que ejerce por ejemplo Pedro Sánchez en el PSOE. No obstante, los problemas de Casado no acabaron aquí. Desde Galicia planea la sombra de un político con un peso mayúsculo dentro del PP. Tal es su importancia que Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal tuvieron que esperar a que este diera un paso al lado antes de lanzarse ellas a la carrera por la presidencia del partido: Alberto Núñez Feijoo. Desde hace bastante tiempo el político gallego viene marcando un perfil propio bastante acusado, perfil que se ha visto reforzado por su cuarta mayoría absoluta en las pasadas elecciones gallegas. Es decir, a Casado le ha aparecido un segundo contrapeso a su liderazgo, un contrapeso que no parece contentarse con mantener una posición secundaria, sino que está dispuesto a utilizar su notoriedad y poder para influir en el rumbo del Partido Popular. De esta forma, Casado se ha visto obligado a ejercer otra forma de liderazgo, un liderazgo que podríamos calificar de “liderazgo compartido”. Al igual que los antiguos reyes visigodos, Casado se ha visto condenado a ocupar una posición en el partido de primus inter pares, esto es, un primero entre iguales. De hecho, Casado ha colaborado intencionalmente en este reparto de las cuotas de poder nombrando a gente de carácter fuertemente independiente como Cayetana en su día. Hasta ahora parece no haberle disgustado del todo este modelo pactista, pues él mismo lo ha favorecido y lo ha auspiciado. ¿Debemos preocuparnos por los últimos movimientos “centralizadores” de Casado? En mi opinión no. La razón es muy simple: el sistema de contrapesos sigue intacto y él lo sabe. De esta forma, haber despedido a Cayetana encaja más dentro de un intento por su parte de homogeneizar y concentrar el mensaje de cara a unas hipotéticas elecciones y a una cierta estrategia de viraje al centro, estrategia que pasamos ahora a comentar brevemente.
El concepto de centro político es sumamente complicado de caracterizar, por no decir imposible, salvo que se haga desde dos coordenadas a priori totalmente distintas: por medio de coordenadas geométricas o por contra utilizando coordenadas de tipo funcional. De hecho, mi tesis es bastante clara, y la voy a desarrollar en las líneas siguientes: Cayetana es en estos momentos la máxima exponente del centro político en España visto este desde un punto de vista funcional, mientras que Casado solo lo concibe desde coordenadas geométricas, las mismas que utiliza Ciudadanos. Por esta razón, independientemente de los resultados electorales que coseche el PP con esta estrategia, creo firmemente que Casado se equivoca. De hecho, esta equivocación puede sumir al PP en un proceso de descapitalización como el que ha devorado recientemente a Ciudadanos. El centro concebido desde un punto de vista estrictamente geométrico es muy fácil de caracterizar. En los países de raigambre católica, Francia, España e Italia, surgieron a principios del siglo XIX dos conceptos que vendrían a marcar las categorías políticas de ahí en adelante y hasta nuestros días: la derecha y la izquierda política. Muchos creen que se tratan de conceptos absurdos e imprecisos que merecen ser de alguna forma superados. De esta forma, surgieron en el siglo XX múltiples movimientos políticos conocidos como “movimientos de tercera vía” que intentaron dar al traste con la clásica distinción presentada más arriba. Desde el autoritarismo, el fascismo, reacio a identificarse con cualesquiera de dichas categorías, abogaba por la superación de las derechas y las izquierdas, lo que para ellos se traduciría en una superación de la conciencia política en términos de clases en favor de una conciencia política nacional identitaria, cimentada sobre bases imperialistas y en ciertas ocasiones, como es el caso alemán, raciales. Desde la democracia, nos encontramos con partidos usualmente caracterizados como socialdemócratas o socioliberales, como por ejemplo el SPD bajo el mando de Gerhard Schröder o los Labour de Tony Blair. De todas formas, el proceso en ambos casos se puede describir como geométrico. El centro quedaría concebido como el punto medio entre dos polos, polos que pueden mudar sus posiciones, condenando así al centro a bascular hacia uno u otro lado conforme estos cambian y se reinventan. De esta forma, el centro político no es más que un concepto de segundo orden (en sentido lógico), pues para su caracterización es necesaria la previa caracterización de los dos polos de la relación. Además, este centro político tiene sus propias ventajas, ventajas resumidas por un famoso teorema de Public Choice llamado teorema del votante mediano. Este teorema nos viene a asegurar que bajo ciertas condiciones que deben caracterizar las preferencias de los votantes (lineales y unimodales), condiciones que no se cumplen nunca, en un sistema de elección basado en la votación mayoritaria recibirá más votos aquel que se aproxime más al centro político entendido al modo geométrico. Este teorema da una base matemática a la famosa intuición de que las elecciones suelen ganarse siempre por el centro, cosa que por supuesto no es siempre cierto, pues las hipótesis de unimodalidad y linealidad son muy restrictivas. En todo caso, queda bastante claro que este centro político constituye la mejor alternativa para aquel que quiera ganar las elecciones y gobernar, sin embargo, no debemos olvidarnos de que entraña dos peligros que conviene tener en cuenta. El primero es simple: si uno de los polos se mueve en dirección al centro (hacia el otro polo) y el otro polo se mantiene en su posición, se producirá una desplazamiento del centro político hacia el polo que permanece inmóvil. Si Casado pone en marcha esta estrategia, por mucho que los beneficios electorales puedan (o no) compensar a corto plazo el sacrificio cometido, a largo plazo el centro estará más y más volcado hacia la izquierda. En resumen, por una estrategia puramente electoral corremos el riesgo de sufrir lo que advirtió con acierto Cayetana en su despedida: renunciaremos a la guerra cultural, y de esta forma, a defender los valores que caracterizan a la derecha política. Poco a poco la derecha se desintegrará bajo una hegemonía cultural típicamente izquierdista. Como decía Gustavo Bueno, corremos el riesgo de ver una derecha totalmente diluida en la izquierda. Si Pablo Casado es un líder con amplitud de miras, debería valorar este hecho. Por otra parte, hay otro problema que no debemos nunca perder de vista. Debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿es deseable el centro político en términos de estabilidad y paz social? Al contrario de lo que pueda parecer, pues el centro político siempre ha sido asociado a posturas moderadas y sensatas, como advierte Julien Freund en “Socialismo, liberalismo, comunismo” (p.103)
La política es una cuestión de decisión y eventualmente de compromiso. Lo que se llama centrismo es una manera de anular, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no solo al enemigo interior, sino a las opiniones divergentes. Desde este punto de vista, el centrismo es históricamente el agente latente que, con frecuencia, favorece la génesis y la formación de conflictos que pueden degenerar en enfrentamientos violentos.
Muchos os podréis asombrar ante esta paradoja. ¿Cómo va a ser el centrismo, es decir, la moderación, la cuna de conflictos y enfrentamientos? La clave la he dado más arriba. Es la misma conclusión a la que llegó Cánovas del Castillo a la hora de diseñar el régimen de la Restauración y la misma que expresa Chantal Mouffe en “La paradoja democrática” (pg. 129). El centrismo, según él, “socava la creación de identidades colectivas en torno a posturas claramente diferenciadas, así como la posibilidad de elegir entre verdaderas alternativas”. Por lo general, se ha visto en el centrismo una postura de compromiso que es capaz de meter en vereda a la polarización y a la crispación de una sociedad política, no obstante, ¿esto es así de verdad? El pluralismo agonista niega tajantemente esta conclusión. Según esta teoría política, solo es dentro del conflicto político (bien entendido) y dentro del claro antagonismo donde realmente pueden encontrarse soluciones de consenso. Solo dentro de este dualismo podemos encauzar convenientemente los distintos intereses del votante. La política de esta forma deviene en una especie de dialéctica, donde la superación (el Aufhebung en sentido hegeliano) de la contradicción es la tónica y el motor mismo del sistema. De hecho, el caso español verifica esta tesis. Las dos épocas caracterizadas por una mayor paz social de nuestra historia reciente son la Restauración Canovista, en especial sus primeras décadas, y la época del bipartidismo ya en democracia, sin contar con el terrorismo etarra. El ciudadano necesita de esa clara diferenciación entre alternativas contrapuestas, no vale esconderlo todo dentro de una fórmula vaga de compromiso. El marco referencial de la izquierda y la derecha no solo no debe ser superado, sino que debe ser intensificado (por supuesto, siempre que ese dualismo no derive en bloquismo o frentismo, como es lo que sucede en España). De hecho, es en este punto donde entra en liza la segunda concepción de centro político: el centro político funcional, el que en mi opinión representa Cayetana Álvarez de Toledo. Aceptando y no renegando de la clásica distinción presentada más arriba, y lo que es más importante, no negando la autonomía del proyecto de la derecha política, ha reivindicado un centrismo político caracterizado por el entendimiento y la colaboración entre ambos polos en liza. No es un cuestión de acercarse al centro político como quien trata de posicionarse en la mitad de un camino, es una cuestión de construir unidad dentro de la diferencia, de construir consenso dentro de la discrepancia, de aceptar la diferencia como parte consustancial del juego y el progreso político. Ni la izquierda ni la derecha tienen la necesidad de dejar de ser ellas mismas. Adolfo Suárez, paradigma del centrismo en España, era un hombre de profundas convicciones derechistas, así como UCD, partido integrado en su vasta mayoría por antiguos cuadros reformistas y aperturistas del régimen. La UCD construyó un centro político desde la derecha y desde su propia concepción del juego democrático, que no es otra que la clásica concepción de las democracias liberales parlamentarias. La comunicación con los distintos sectores de la izquierda, incluso con el PCE, vetado por muchos generales del ejército bajo amenaza de insurrección en caso de permitírsele entrar en el juego democrático, y de la derecha, en especial con el búnker, reacio a desviarse de los principios del Movimiento Nacional y de la dictadura amparada por Franco para después de su muerte, hizo de Suárez el perfecto representante del centro funcional en España. No era una cuestión de medir milimétricamente la distancia que mediaba entre el PCE y Fuerza Nueva y posicionarse en el centro, sino que el asunto versaba sobre construir centro desde tus propios principios, albergar posturas moderadas y abiertas al diálogo desde la derecha democrática, que es lo que representaba Suárez en términos políticos. Ese es el centro que en mi opinión defiende Cayetana. Casado cometería un error a mi juicio si no la escuchara y siguiera adelante con sus planes. El centro no consiste en gozar de la simpatía popular o de crear o no rechazo entre ciertos sectores de la clase política, tampoco es un viaje al país de Nunca Jamás Nada Más, no es el triunfo de la razón cínica sobre la razón política. El PP necesita reinventarse, no degollarse. Es ahora o nunca.