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El coronavirus y el entuerto europeo

Iván Atienza - 16 de marzo, 2020
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A raíz de lo acontecido estos últimos días por la crisis internacional que ha provocado el Coronavirus, muchos se llevan las manos a la cabeza ante el futuro poco halagüeño que enfrentan las economías europeas en el corto y medio plazo. Con ratios de deuda pública desorbitados y recientemente logrados los objetivos de disciplina presupuestaria impuestos desde la UE, los estados miembros se preparan para una acometida salvaje frente a la cual parecen tener las manos atadas. La otrora todopoderosa presidenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, echaba aún más leña a la situación y metía la pata hasta el fondo al declarar que “no estoy aquí para borrar primas de riesgo”. Para ponernos en situación: durante la crisis de la deuda, las respectivas primas de riesgo de las principales economías de la Europa Meridional, Portugal, Italia, España y Grecia, crecieron ininterrumpidamente ante la inacción de un Banco Central Europeo presionado a su vez por Alemania y su febril e históricamente fundado, huelga decir, miedo a la inflación. Alemania, al ser uno de los principales acreedores de los países citados, no estaba dispuesta a ver cómo el reintegro de las deudas en términos relativos menguaba como consecuencia de procesos inflacionistas que pudieran derivar de una expansión cuantitativa que ya se barajaba desde hacía tiempo en las altas instancias del BCE. La intervención por parte del BCE tardó en llegar; mientras tanto los PIGS, como socarronamente nos llamaban por aquella época los países centroeuropeos y Reino Unido, se desangraban en una vorágine de destrucción de empleo y grandes pagos destinados únicamente al servicio de la deuda. Nuestra delicada situación financiera actual bebe en gran parte de la gran irresponsabilidad de una UE empeñada en que pagáramos las deudas at all cost, proponiendo así paquetes de medidas de austeridad fiscal inconcebibles a la hora de atajar una crisis económica como la que se nos vino encima durante esos años. El aumento de gasto público se repartió mayoritariamente en pagos de los intereses de la deuda y prestaciones por desempleo, mientras que otras partidas sufrían inevitablemente mermas drásticas que no han sido recuperadas hasta hace bastante poco, un par de años a lo sumo. En definitiva, una estrategia fallida, estrategia que contrasta con la estadounidense, bastante más consciente de que el papel del Estado a la hora de estabilizar recesiones es clave, y a los resultados me remito al afirmar que fue bastante más efectiva a la hora de dar salida a la Gran Recesión.
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Muchos os estaréis preguntando: vale, ¿y ahora qué? Pues bien. Lejos de unas pocas declaraciones de la Comisión Europea en la que apelan a los Estados miembros a gastar como si no hubiera un mañana, un “free-lunch” de manual que por desgracia (o por suerte) no pueden acometer, poco más. Parece que la UE no atiende a términos medios: o nada o todo. Está bien que la Comisión aprenda de sus errores, pero lo estaría aún mejor si propusiera soluciones razonables a un escenario en que las economías europeas tienen un margen nimio para hacer política fiscal, que es precisamente lo que Lagarde les está pidiendo. Ella pasa la patata caliente y aquí paz y después gloria. A pesar de que ha intentado rectificar su bochorno, los resultados han sido bastante pobres. Muestra de ello es que la prima de riesgo de España, por ejemplo, no ha parado de subir estos últimos días. No obstante, el bochorno no solo es imputable a Lagarde, por supuesto. Y no es únicamente económico. En los últimos días hemos podido presenciar el grotesco espectáculo de dos países miembros, en concreto los dos con más peso en la Unión, que se han negado a proporcionarle material sanitario a los italianos en una situación de extrema necesidad. ¿Por qué? Porque lo necesitan ellos. Si no podéis mantener a ralla la enfermedad y vuestro sistema sanitario no puede hacer frente a tantos enfermos, haced triaje y solucionado. Asombroso. O bueno, por no mencionar la rocambolesca declaración de la comisión en que se mostraba estupefacta ante el cierre de fronteras. Sí, habéis leído bien. En una pandemia. La UE parece estar maquinando su propia disolución, y sinceramente, si es esto todo lo que nos puede ofrecer, más vale que lo haga rápido. 

Francia e Italia, en un alarde de lucidez sin precedentes en medio de tanto caos, propusieron un plan de estímulos a nivel europeo que fue rechazado ni más ni menos que por la socialista Nadia Calviño, actuando más como Directora de Presupuestos que como la ministra del ramo. De hecho, vamos a detenernos un poco en la doctrina oficial a la que algunos economistas como Mikel Buesa han bautizado como “calviñismo”. Él mismo la define en un artículo mordaz a la vez que preciso, Nadia es Nadie, publicado en 2019 en libertad digital, de “una especie de macroeconomía de andar por casa, cuyos fundamentos son aún ignotos y difíciles de establecer debido a que su principal ideóloga se prodiga poco en escritos y declaraciones”. Jesús de Nazaret, en el evangelio de San Mateo, nos insta a distinguir a los verdaderos de los falsos profetas. Para ello, espeta en el archiconocido Sermón del Monte una cita que ha pasado a engrosar las filas del abundante a la par que rechoncho refranero español: por sus obras los conoceréis. Bien, parafraseando a Jesús voy a convertir su cita en: por sus declaraciones la conoceréis. ¿El qué? La doctrina calviñista, por supuesto. Algunas veces habla de la igualdad en la distribución del ingreso como de crecimiento (cita bastante reciente) y otras tantas habla de “crecimiento eficiente e inteligente”, y por ahí quedan algunas declaraciones animando al crecimiento con perspectiva de género y otros exotismos infrecuentes en orgullosos ortodoxos como ella. Sin embargo, el punto más importante de la doctrina calviñista radica en sus declaraciones a la hora de presentar los fallidos Presupuestos Generales del Estado, cuando afirmó que de no ser por el techo de gasto “hubiéramos revisado al alza el crecimiento, pero un ajuste fiscal más fuerte supone menor crecimiento”. O la doctrina calviñista es pródiga en contradicciones o la señora Calviño quiere para el país una mayor recesión a costa de mantener los niveles actuales de déficit, cosa que no va a suceder ni aunque lo intentemos. ¿Por qué? Porque la macroeconomía calviñista debería ser consciente que gran parte del déficit público es de carácter endógeno en una recesión y que este se ve fuertemente determinado por el papel de los estabilizadores automáticos. Pero parece que la señora Calviño aún no ha abandonado su papel de Directora de Presupuestos. Ha tenido que ser Escrivá (ortodoxo como pocos) quien le enmiende la plana y destaque la importancia de arbitrar mecanismos de liquidez, y a ser posible a escala comunitaria, para hacer frente a una crisis económica que no es fruto de la acumulación de malas decisiones de inversión, esto es, endógena, sino que es una crisis de carácter exógeno que puede llevarse por delante negocios que en condiciones normales serían muy solventes y líquidos.
 
En definitiva, ¿cuáles son las posibles soluciones que se le pueden dar a este entuerto? Las clasificaría en soluciones de tres tipos: fiscales, monetarias y financieras. En lo que se refiere a medidas de corte fiscal, es importantísimo arbitrar mecanismos para impedir crisis de liquidez y para proteger a los trabajadores. Las moratorias fiscales a las empresas y la suspensión temporal del pago de hipotecas son dos de las medidas más importante que se habrían de tomar, ambas combinadas con una línea de crédito lo suficientemente potente como para garantizar de liquidez a aquellas empresas que así lo demanden. Además se le podría pedir a las empresas que sigan pagando el salario a sus trabajadores estos días de cuarentena a costa de exenciones fiscales o del recorte de los días de vacaciones futuros. Además por supuesto de posibles medidas encaminadas a considerar la cuarentena como baja laboral en otros muchos casos. El problema es que al igual que Alemania dispone de un colchón fiscal voluminoso para poder acometer este tipo de medidas muchos otros países de la UE no, de ahí que sea necesario un programa de estímulos conjunto. Hay que tener en cuenta que estamos ante una crisis, repito de nuevo, de carácter exógeno. Los recursos productivos están ahí, no se ha destruido ninguno, simplemente no están operativos. De ahí la importancia de que el sector público insufle oxígeno al sector privado de tal forma que cuando este se reanime los destrozos hayan sido los menores posibles. En cuanto a la política monetaria, urge que el BCE intervenga en forma de compras masivas de bonos (otra expansión cuantitativa o QE) para mantener el interés de los bonos nacionales a niveles razonables y para impedir crisis de liquidez en los Estados miembros, crisis que puedan derivar, por ejemplo, del alto coste del servicio de la deuda. Otras posibles medidas serían de recortar el tipo de interés de facilidad de depósitos, a fin de incentivar a la expansión monetaria, y la de obligar a los bancos a ser más flexibles con los deudores en situaciones precarias durante este período. Por último, a nivel financiero los dos problemas más acuciantes son el de la especulación en corto y el de los “herding behaviour” a la hora de formar expectativas sobre los precios de los distintos productos financieros, en especial el precio de las acciones, el cual ha sufrido en muchos casos una debacle equiparable a la sufrida durante la Gran Recesión. El primer problema ya fue solucionado aquí en España por la Comisión Nacional del Mercado de Valores, prohibiendo la especulación en corto, básicamente, sin embargo el segundo aún sigue ahí y va a ser de muy difícil control, puesto que tratar de influir sobre las expectativas de agentes arrastrados en muchos casos por comportamientos gregarios e irracionales es una tarea que solo puede desempeñarse con ciertas dosis de credibilidad institucional de las cuales las instituciones europeas en estos momentos carecen, como bien ha demostrado Lagarde. Que Dios o quien haya allí arriba nos pille confesados.

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